martes, 28 de octubre de 2014

Menores transexuales: invisibles y sin derechos

Algunas personas sienten y expresan en su infancia identidades sexuales diferentes a las que les asignaron al nacer. El sistema los ignora mientras las familias luchan para que se reconozcan sus derechos.

“En el momento en que somos capaces de nombrarnos”, contesta la sexóloga Almudena Herranz cuando se le pregunta a qué edad puede una persona expresar su identidad sexual. Patrick lo hizo a los dos años. Eli a los tres. “Cuando pueden empezar a nombrarse hablan de sí mismos en el género que les resulta más afín a lo que sienten”, explica Herranz. “Algunos son muy directos y empiezan a decir que son niños o niñas aunque todo el mundo piense lo contrario”.

Los y las menores transexuales, niños o niñas cuya identidad sexual no coincide con el sexo asignado al nacer en función de sus genitales, no existen en la estadística. Pero “los niños hablan y, cuando lo hacen, tenemos que escucharlos”, explica Vio­leta Herrero, madre de Eli, vicepresidenta de Chrysallis Madrid y coordinadora del grupo de padres y madres de Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid (Cogam). Su hija le dijo muy pronto que, pese a haber sido clasificada como niño al nacer, era una niña. En su familia empezó un proceso de transición. “Cuando empiezas a dejar que tu hija sea ella misma la oyes reír, ves que, en su caso, terminan los terrores nocturnos, no le dan rabietas, no la ves decaída... ves que es una niña mucho más feliz”. “Dejándoles que se expresen sabemos que mejora su estado de ánimo, y cualquier familia lo relata: empiezan a relacionarse de otra manera con la gente, a estar sonrientes”, explica Herranz.

Por su parte, Saida García, presidenta en la Comunidad de Madrid de la asociación de familias de menores transexuales Chrysallis, señala qué es lo que más demandan las familias. “La primera necesidad de las familias con menores transexuales es la información, y con esa información puedes hacer un mejor acompañamiento”. La asociación Chrysallis da cobertura a unas 150 familias y responde cada día dos o tres mails de madres o padres que se hacen preguntas y no encuentran respuestas. En algunos casos, dice Saida, simplemente se trata de padres y madres que detectan actitudes no normativas en su hijos e hijas. La psicóloga feminista experta en terapias de género Cristina Garaizábal, con una larga trayectoria junto a personas transexuales, pide prudencia para no etiquetar a las personas antes de tiempo y condicionar su desarrollo. Saida insiste en que nunca ha querido condicionar a su hija, sino que procura que ella tenga “toda la información”.

“Muchas veces los padres y las madres lo que relatan es que pensaban que sus hijos o hijas eran más masculinos, o más femeninos, o creen que se trata de que son gays o lesbianas; la capacidad de explicación llega hasta ahí”, dice Herranz. “Te explican que su hijo es sensible, o que su hija es marimacho pero, ¿un niño transexual?... Se quedan sorprendidos”. Poner nombre forma parte de un proceso complicado en el que los menores transexuales y sus familias se enfrentan a un sistema para el que son invisibles. Las familias de Chrysallis se quejan de las trabas para cambiar el nombre de sus hijos e hijas en el registro. Pero hay resquicios: los padres de Eli buscaron un nombre unisex para poder hacer el cambio de nombre y ser oficialmente quien ya era en su vida cotidiana. La familia de Patrick espera poder hacer pronto la rectificación registral de sexo y nombre.

El sistema de salud tampoco es capaz de dar cobertura a los y las menores transexuales. Violeta y Eli “se colaron” en la unidad de género de la Comunidad de Madrid. Eli, explica su madre, era entonces la paciente más pequeña y acuden a la unidad regularmente para dejar constancia de su caso, algo que en teoría le facilitará en un futuro el acceso a otros recursos si así lo desea. En la unidad del género, la sensibilidad es poca, como ya indica su nombre: Unidad de Transtornos de Identidad de Género (UTIG). No hay pediatra ni personal médico especializado en menores transexuales. A Eli, ir a ver a su endocrino le parece “un rollo”, explica su madre. “Se da por hecho que quien va allí es porque quiere operarse y no se atiende ningún otro aspecto”. De hecho, no todas las personas transexuales piensan en someterse a una operación de reasignación de sexo. Según Violeta, su hija expresó inquietud desde muy pequeña: “Preguntaba a su hermano por operaciones, me preguntaba cuándo le iba a crecer la barba”. Después del cambio de nombre, explica su madre, Eli se relajó. “Creo que ha ido aceptando su cuerpo cada vez más, y que le influye saber que hay otras niñas como ella”.

Patrick, que tiene 12 años y vive en un pueblo de Huesca, ha empezado a tomar bloqueadores hormonales hace cuatro meses. Lo hace en una clínica privada de Barcelona, después de que el sistema público de su comunidad autónoma se los denegara. “Ha sido dificilísimo”, cuenta su madre, Natalia Aventín, presidenta de Chrysallis a nivel estatal. “Estaba preocupada porque mi hijo estaba dejando de hacer cosas como ir a la piscina o hacer deporte; desde que está con los bloqueadores está bien... adolescente, pero bien”.

Según Chrysallis, el criterio de acceso a este recurso, que sirve para frenar el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios y se puede utilizar en la pubertad si lo desea el menor y los padres consienten, no está definido y en la práctica depende de la voluntad del médico. “El problema es que en este país hay un descontrol total. Hay sitios donde no se dan hormonas hasta los 18 años, ni tan siquiera se dan a los 16, cuando se podrían dar con el permiso paterno o materno. En otros sitios, se dan bloqueadores en la adolescencia. Eso demuestra cómo ni la propia comunidad profesional que se dedica a estos asuntos se pone de acuerdo en relación a los bloqueadores. Yo creo que hay casos en los que son necesarios... La norma sería analizar cada caso en concreto”, dice Garaizábal.

Chrysallis pide una ley que proteja a los menores transexuales. “Las necesidades son muy básicas y lo que debería incluir una ley para nuestros menores ya está recogido en la Constitución y en los Derechos del Niño: no es otra cosa que el derecho al libre desarrollo de la persona, que no se respeta”, dice Natalia Aventín. “El que no se le excluya del sistema sanitario o la libre identidad son derechos fundamentales”, apunta.

Las familias de estos niños y niñas creen que sus hijos son valientes y afirman que tener un hijo transexual ha enriquecido sus vidas. “Me ha hecho crecer como persona y me ha enseñado la diversidad”, dice Violeta. “Si esto no me hubiera pasado, habría muerto ignorante”, explica Natalia. Creo que estamos en una situación en la que, por primera vez, las familias apuestan por lo que dice el chaval o la chavala”, cuenta Almu­dena Herranz. “Estos peques tienen en primera línea de apoyo a sus padres, a sus madres, a sus hermanos. Las vivencias que van a tener son muy diferentes a las que han tenido las personas transexuales que hoy son adultas”.

Natalia Aventín, presidenta de Chrysallis en el Estado español, se queja de que en los colegios se estudien los tipos de hojas y la clasificación de los minerales, pero se evite cualquier referencia a la diversidad sexual. Los menores transexuales “pasan por el colegio sin poder ver su realidad reflejada, y no sólo eso, sino que su realidad es negada”, se queja. “Ellos no existen, y además eso se les manifiesta públicamente un día tras otro”.

https://www.diagonalperiodico.net/cuerpo/24379-menores-transexuales-invisibles-y-sin-derechos.html

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