miércoles, 12 de febrero de 2014

Entrevista a Fernando Rey, Presidente del Consejo Nacional contra la Discriminación

A su condición de catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Valladolid y miembro del Consejo Consultivo de Castilla y León, Fernando Rey suma desde el pasado mes de julio la de presidente del Consejo Nacional contra la Discriminación. Un organismo nacido de una directiva europea, pero al que el Gobierno español no ha dotado de la suficiente autonomía e independencia, ni de presupuesto propio. Aún así, el Consejo ha elaborado informes relevantes y ha puesto en marcha una Red de Asistencia de Víctimas en toda España a la que Rey quiere ahora dotar de mayor fuerza legal. «Mi principal objetivo como presidente es iniciar una línea de litigación estratégica para que en los casos más graves de discriminación podamos acompañar a la víctima ante los tribunales, lo que ahora no es posible».

–¿Hay discriminación en España? ¿Más o menos que en otros países? 
–Hay mucha discriminación. Es verdad que hay menos que en otros países si pensamos en la discriminación gruesa, obscena. Aquí, por ejemplo, es difícil concebir que la policía pueda detener a una adolescente rumana en el patio del colegio y deportarla inmediatamente a su país de origen. Y no hay partidos relevantes con un discurso claramente xenófobo o de odio racial. En España lo que hay, como revelan todos los informes, es un racismo enorme, muy extendido, de baja intensidad. Y en el que muchas veces los protagonistas ignoran que están siendo racistas.
Por ejemplo: una señora le puede decir a un alumno de doctorado que no le alquila una vivienda porque ha nacido en Perú y eso le genera la sospecha de que no le va a pagar el alquiler. Este es un hecho real que le ha ocurrido a uno de mis doctorandos. Seguramente esa señora no imagina que es racista, aunque su conducta lo es, absolutamente. Otro ejemplo, un grupo de gitanas que están tomando una copa en un bar tranquilamente y que de repente son expulsadas del recinto: esto ocurre todos los días. O gitanas que son seguidas hasta los probadores de las tiendas sólo por ser gitanas, lo que les convierte en sospechosas de robo. U otro caso real: una gitana que intenta entrar en la piscina de Zaratán y no la dejan porque otros usuarios de la piscina aseguran que contamina el agua.

–¿Ha crecido el racismo con la crisis?
–El racismo sí ha crecido. No tanto los prejuicios; los prejuicios se mantienen. El racismo es una ideología, un malentendido, una exageración porque en realidad no existen razas: sólo hay una raza, la humana, aunque haya diferencias entre grupos étnicos. Pero sí hay racismo, porque hay personas que creen que hay razas, que algunas son superiores a otras, y curiosamente suele coincidir que ellos pertenecen a la raza superior; los racistas nunca piensan que ellos pertenecen a la raza inferior y que, por lo tanto, deben someterse. Significativamente esto no suele pasar.

–¿Hay una única versión de este 'malentendido' racial o varias?
–Existe un racismo clásico, que es el del que ve al ser de otra minoría étnica como alguien que no es humano del todo, y lo concibe más bien como una especie animal que se puede domesticar a través de la esclavitud o de la servidumbre. Algo de este planteamiento repugnante persiste todavía, pero es muy minoritario. Sobre todo lo que prima hoy es el neo racismo, que intenta persuadir con argumentos. Uno típico es el que afirma que son las minorías las que se segregan porque no aceptan ser como los demás. Pero lo cierto es que no tienen por qué hacerlo. El objetivo no es ese, sino que cada uno viva como quiera y como pueda, dentro del respeto a la ley y a los derechos.
En los años de bonanza económica, los inmigrantes y los gitanos mejoraron notablemente sus condiciones de vida, pero con eso no se solucionó todo el problema. Se ha ganado en integración social, que es un objetivo. Pero falta aún el respeto a la diversidad cultural, a sus valores, que la gente pueda vivir como quiera. En esto hemos avanzado más bien poco.

–Pero no se puede negar que en algunas ocasiones los valores de las minorías entran en conflicto con valores esenciales nuestros.
–La ablación de clítoris, por ejemplo. Absolutamente injustificado en ningún caso. En efecto, otro problema que hay en relación a esto es el del paternalismo: el pensar que como estas minorías han sufrido mucho, cualquier cosa que hagan es lícito y válido. Pues no. Ellos también tienen que hacer sus deberes. Aunque no están en una posición equivalente porque tienen más dificultades para acceder a los derechos y a los servicios.

–Sin llegar a casos tan extremos como la ablación, hay problemas en el terreno de los derechos de las mujeres.
–Eso es verdad pero depende de ambientes. La comunidad gitana, por ejemplo, ha evolucionado mucho. Pero es verdad que algunos usos y costumbres son más bien abusos de costumbres. La etnia gitana y la comunidad musulmana tienen aún mucho camino que recorrer en el respeto de los derechos de la mujer, o de los homosexuales, por ejemplo. Y hay que exigírselo como a cualquier ciudadano, porque son ciudadanos como cualquiera.

–En una crisis tan grave como ésta es una gran tentación mirar al inmigrante como el chivo expiatorio, como el culpable de nuestros problemas. ¿Ha sucedido esto?
–Ha habido algún estallido. Pero es verdad que con carácter general, no. Pero tampoco los hubo tras el atentado del 11M y eso es algo de lo que podemos sentirnos orgullosos. La sociedad española da muestras en algunos aspectos de gran altura de miras. Tenemos otros indicadores, como el índice de donaciones, o la rapidez de la respuesta humanitaria ante emergencias, que apuntan en la misma dirección. Por fortuna no todo es calamitoso. Por eso tampoco creo que el modo de avanzar en igualdad sea solamente quejándose.
Es indudable que la crisis ha perjudicado la causa de la igualdad, porque ha dificultado la inclusión social de las minorías. Pero el auténtico problema de fondo es que los estereotipos siguen ahí.

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